De los balcones y el panameño

Calle de la Cruz (calle 9a) - Casco Antiguo

De esos escritos que hablan del panameño y sus costumbres extraigo fragmentos de uno que fue escrito en 1932 por Ricardo A. Latchman, conocido historiador y escritor chileno de la época, donde relata el uso de los balcones.

Una vez más otro visitante observa la importancia que tenían los balcones para el panameño de la antigua ciudad al escribir: Una gran parte del encanto de Panamá gravita en sus balcones,verdaderos miradores suspendidos sobre el panorama.

Ricardo desde el cuarto del hotel escribe sus notas, por la descripción parece que desde el Hotel Central, el mismo que se encuentra frente a la Plaza de la Independencia (Catedral) y es restaurado en la actualidad. Desde uno de esos balcones observa y escribe: Desde el hotel que escribimos se abre la pausa fresca de una plaza a la que asoman las azoteas, terrazas y ventanales, desde los cuales acechan bellas mujeres y se insinúan escenas familiares con poco esfuerzo.

Más adelante describe con exactitud la vivencia en el viejo barrio: La mayoría de las moradas tienen acceso a la calle, y puede afirmarse que una importantísima porción del tiempo transcurre aquí en el coloquio entre los vecinos y en la morosa contemplación de lo que pasa.

Así describe al panameño: no hay que equivocarse con el panameño: No es indolente ni perezoso, como algunos pudieran creerlo. Es un pueblo dinámico, hablador, que si suele incurrir en el relajo, ha demostrado también recientemente su madurez cívica y su sentido democrático. La piel de esta ciudad es algo tibia, como una fruta tropical, y se adhiere a los sentidos con fuerza. La atmósfera de Panamá no deprime de fatiga, a pesar del clima. Pronto, en las tardes, sopla una brisa desde el mar que hace reaccionar el ánimo y lo estimula a trasnochar en los bellísimos merenderos o en las quintas de recreo de los alrededores.

Termina su escrito con la siguiente reflexión: Pero lo mejor de la ciudad es lo que entrevé por sus balcones, esa nota misteriosa y sólida que acecha en las azoteas y miradores, en los balcones amplios y en las terrazas elevadas y magníficas. Allí hay una pululación de vida exuberante que se presiente desde afuera mientras en la alta noche un ruidoso tamborito o una maraca exasperada saca a flote los instintos obscuros de los negros. Los balcones de Panamá recatan sus escenas de amor y descubren un poco la intimidad de una tierra amasada con razas y sangres divergentes.

De esta misma forma recuerdo a los viejos barrios de la década del 70 y 80 del siglo pasado. Aunque ahora los balcones restaurados y otros abandonados están solitarios, pero en los corazones de muchos coterraneos sigue vigente ese panameño descrito en 1932 por Ricardo A. Latchman.

Fuente: Panamá en sus usos y sus costumbres – Stanley Heckadon Moreno.

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