Lo que más extraño del barrio donde nací, son las tradiciones navideñas y de fin de año. Cuando me tocó tomar mi equipaje y decir adiós a los lugares donde junto a los amigos compartí tantos momentos entrañables, fue imposible no recordar todos esos momentos vividos cuando pasé mi primera Navidad fuera del barrio.
Fue entonces cuando me di cuenta de que, junto a amigos y familiares, habíamos compartido tradiciones durante tantos años que nos llenaban de alegría en las fiestas de fin de año.
Les pregunté a mis amigos cuáles recordaban, con la intención de revivir esas tradiciones juntos, porque es algo que siempre extrañaré. Permíteme contarte algunas de ellas.
El Nacimiento
Desde que tengo uso de razón, siempre había un nacimiento o portal en casa antes de la Navidad. Las figuras y accesorios que representaban a Belén, iluminados con luces de colores, eran y siguen siendo un disfrute para mí. Sin duda, siempre ha sido el adorno navideño perfecto para la celebración. Mi mamá solía poner los regalos junto al nacimiento y me decía que el Niño Dios me los había traído.
Los años pasaron y me tocó a mí poner el nacimiento. Lo hacía con un gusto tremendo, siempre intentando que cada vez quedara mejor. Cuando salí del barrio, fue lo primero que puse ese año, esa Navidad; a nuestra nueva casa no le podía faltar un nacimiento.
Esa fascinación infantil por el nacimiento no ha cambiado; lo sigo disfrutando como si fuera un niño.
La Misa del Gallo
La Misa del Gallo era la del 24 de diciembre, iniciaba a las 11 de la noche y terminaba a medianoche. Era la antesala perfecta para iniciar la Navidad. Asistir y cantar en esa misa era una tradición que me hacía sentir la razón de la Navidad: el nacimiento de Jesús. Recuerdo, de niño, salir con alegría de la iglesia después de la misa y correr a casa para abrir los regalos que me había traído el Niño Dios.
Cuando crecí, la misa ya no se celebraba a las 11 de la noche, pero seguía teniendo el mismo efecto emotivo de la Navidad. Ya no corría a abrir regalos como cuando era niño; ahora disfrutaba de compartir la celebración con mis amigos.
La Posada
Las posadas nos preparaban para la Navidad. Lo disfrutaba mucho de niño. Cantar villancicos y compartir esa alegría con la gente del barrio me resultaba divertido. Lo más importante es que me hacía sentir con intensidad la temporada navideña. Era una oportunidad de visitar todo el barrio con la buena noticia de que nacería el niño Jesús.
El muñeco
Un recuerdo inolvidable que tengo de niño es la quema de un muñeco en el patio del edificio para despedir el año viejo. Fue una tradición heredada que continuó por varias generaciones.
Los vecinos jóvenes se reunían para construir el muñeco y luego pasaban por los pasillos recogiendo dinero para agregarle bombitas, de modo que explotaran al quemarlo y así darle un toque festivo.
En medio de toda la quema, cuando el reloj marcaba las 12 de la medianoche, comenzaban las felicitaciones en el pasillo, donde se encontraban los vecinos que habían salido de sus casas para participar de la ceremonia de despedida.
Vestir con ropa nueva
Cuando crecí, mis intereses cambiaron. Vestir con ropa nueva se volvió esencial para Navidad y Año Nuevo. El proceso de comprar la ropa adecuada lo hacíamos en grupo. Salíamos de casa rumbo a los almacenes de la Avenida Central; era un ritual compartido. Algunos años incluso comprábamos un club de mercancías para ahorrar durante todo el año y poder estrenar en las fiestas.
Lo comprado era lo que usábamos para asistir a la misa de Navidad y Año Nuevo. Después de cumplir con el ritual religioso, comenzábamos la celebración.
La 22
La 22, Avenida Justo Arosemena, se convertía en un campo de juego el 25 de diciembre. Las autoridades cerraban un tramo de la avenida para que los niños pudieran estrenar sus patines y bicicletas. Durante ese momento, los niños eran los dueños absolutos de la calle. Era un momento mágico, ya que el ambiente se llenaba de la alegría de los niños divirtiéndose.
¡Felicidades!
Lo que más extraño era el proceso de felicitación para Navidad y Año Nuevo. A medianoche, comenzábamos en casa, felicitando primero a la familia, y luego visitábamos a amigos y conocidos. Todo el proceso podía tomarnos más de una hora. Visitábamos cada apartamento, compartiendo abrazos y felicitaciones. La mayoría de las veces nos ofrecían algo de comer y beber. Aunque nos veíamos regularmente, siempre nos recibían con gran entusiasmo.
Todo el proceso era el resultado del cariño que sentíamos por esa familia extendida que llamamos amigos, quienes junto a sus familiares convertían nuestra felicitación en una gran fiesta. En resumen, de eso se tratan estas festividades: una celebración colectiva que nos une.
Ahora, para las felicitaciones, usamos dispositivos electrónicos, pero nada se compara con la experiencia vivida en el barrio.
La compra de las frutas
Comprar frutas el 24 y 31 de diciembre se convirtió en una tradición. Esos días me levantaba temprano para evitar las largas filas y poder comprar las frutas con tranquilidad. Los ingredientes para la comida los comprábamos previamente.
Aunque tomaba esa precaución para no tener que enfrentarme al tumulto de gente, para un amigo era todo lo contrario. Al mediodía se aparecía en casa, especialmente para que lo acompañara a comprar las frutas para su casa. Para él, la experiencia de formar la fila, el bullicio, ser víctimas de empujones y pelear con otros que intentaban adelantarse en la fila era lo mejor de la actividad.
Siempre tuve la esperanza de que llegara temprano para comprar las frutas, pero nunca sucedió. Aunque acompañarlo a esa hora no era algo que me entusiasmara, siempre le hice compañía. Cuando nos mudamos del barrio, esa actividad se terminó. Te confieso que ahora la recuerdo con cariño.
Ir al cine
Ir al cine el 25 de diciembre era lo más esperado. Durante varios años, los distribuidores de películas estrenaban películas navideñas. Escogíamos la película y, en grupo, íbamos al cine. Eso sí, todos estrenando ropa. Hubo años en que el grupo era numeroso.
La celebración
Con el tiempo, las películas dieron paso a la celebración. Escogíamos una casa para la reunión y, poco a poco, iban llegando los amigos. Comprábamos refrescos y, antes de darnos cuenta, la fiesta estaba en pleno apogeo.
No era algo planeado con anticipación, pero lo que sí era seguro es que celebraríamos juntos. De eso nunca tuvimos dudas.
Con ese último pensamiento terminaré el escrito: nunca dudamos que celebraríamos juntos. No necesitábamos invitación ni llamar a nadie para encontrarnos; simplemente estábamos dispuestos a celebrar la Navidad y el Año Nuevo juntos, como esa gran familia que creamos en ese inolvidable barrio.